En el rincón más oculto de la fantasía, la realidad baila una danza macabra con la ficción y los recuerdos disfrutan sus días cortejando a los deseos, que juegan caprichosos por los bucólicos jardines del palacio de la esperanza. Allí todo tiene un lugar donde reposar como una gota de agua que se funde al caer en el mar. Os doy la bienvenida a un mundo donde el caos cobra armonía... esto es el mundo de Doblezero.

sábado, 21 de agosto de 2010

Recuerdos y tulipanes (1)


Desafiando las leyes de la física, sus pies enfundados en unas sencillas, a la par que elegantes, bailarinas de color beige se deslizaban, aunque no sería fantasioso decir que volaban, sobre el frío asfalto de aquel oscuro lugar creado por la mano del demonio.
Su cazadora de piel no podía contener su pecho, que buscaba esfumarse a un lugar recóndito, alejado de aquel terror que transformaba su sangre en veneno, un veneno que comía sus entrañas.
Las gotas de agua caían con furia. Ella sentía como si cien mil alfileres se clavasen en su rostro anticipando su muerte; sus dorados y otrora seductores rizos se habían transformado en una masa compacta que únicamente dificultaba su veloz peregrinar hacia el infinito.
Un sudor frío brotaba de su cuerpo sobre la madura piel, en la que se empezaba a notar, sin posibilidad de disimulo, el largo transcurrir de los años. Soportando, aunque sin otra alternativa, las inclemencias del tiempo, aquel mismo sudor se osaba a abalanzarse iracundo a lo largo de su estrecha frente. Como si de un tobogán se tratase, su nariz acogía a lo largo de su envergadura el transcurrir de aquellos ríos que desembocan en sus labios. Allí se condensaban con las gélidas expiraciones que no parecía pudiesen manar de unos pulmones tan diminutos.
En el transcurrir de esta huída frenética el pánico tensaba sus músculos; las uñas de las manos se clavaban en sus palmas como si fuesen avestruces escondiéndose del peligro. Sus brazos, sin embargo, parecía que se dislocasen en aspavientos variopintos que cortaban el aire con violencia.
Dobló en la primera bifurcación que encontró para intentar perderse, o mejor esconderse, entre los muros de aquel barrio laberíntico. Vanamente repitió el proceso en varias ocasiones hasta que el gemelo de su pierna izquierda se alzó en rebelión contra el resto de su cuerpo tensándose con firmeza hasta que logró que ella cayese al suelo acusada por el agobio. Un sollozo burló entonces aquel silencio interminable mientras recordaba con nostalgia y lamento las horas de gimnasia rítmica que habían hecho de ella una atleta sin parangón; una atleta sin parangón en su infancia y juventud, obviamente. En este preciso momento en que necesitaba todas sus cualidades, sin embargo, se hallaba sola e indefensa ante aquel claustrofóbico callejón que probablemente sería el paredón que pondría el paréntesis final a su vida sacrificada pero poco fértil.
Allí, tirada en la calle, sin poder mover su pierna, era talmente como un cervatillo enredado en una retama que aguardaba sin esperanzas la llegada del cazador. El pavor era tal que por un momento su mente se cubrió con un velo de luto; deseaba que todo acabase. Quería ser encontrada por fin y entregarse a aquella funesta muerte de una vez por todas.

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