En el rincón más oculto de la fantasía, la realidad baila una danza macabra con la ficción y los recuerdos disfrutan sus días cortejando a los deseos, que juegan caprichosos por los bucólicos jardines del palacio de la esperanza. Allí todo tiene un lugar donde reposar como una gota de agua que se funde al caer en el mar. Os doy la bienvenida a un mundo donde el caos cobra armonía... esto es el mundo de Doblezero.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Suspiros en su última agonía.

Resbala por mis venas un ácido corrosivo que abrasa mis entrañas y un dolor como el de una bala perfora mi corazón, más y más hondo con cada latido. La vida vuelve a mover pieza poniéndome en jaque; pero no, no voy a darme por vencido; todavía quedan muchas jugadas en esta batalla donde las piezas del sinsentido combaten contras las del optimismo sobre el tablero de la esperanza. Aún no es el momento de asestar el golpe final a mi enemiga con el mayor ariete de mi colección, la fe; todavía es turno de sufrir la acometida despiadada de todo el arsenal maléfico que se aproxima sin piedad.
Hace varios siglos, en un momento de trágica, a la par que serena, inspiración gritaba el gran poeta Jorge Manrique, dando el mayor salto posible sobre el gran barranco de la desolación, que "nuestras vidas son como ríos que van a dar a la mar que es el morir". Me llena de satisfacción confiar en que las tormentosas aguas que se rompen contra las orillas y corren raudas y veloces para llegar a su destino, ven colmados sus anhelos cuando llegan a mejores aguas, donde descansan tranquilas en una serenidad eterna.
Se comienza a apagar el color, que lucía con tanto vigor, de la rosa que otrora abriéndose desde sus adentros me regaló el calor que se destila de la luz del sol. Juntos, siempre, como frutos de la misma raíz, superamos las inclemencias del tiempo: ni la frialdad de los años que hemos pasado lejos, distanciados por el jardinero del porvenir; ni las ardientes heladas de los sinsabores, ya pretéritos, que afrontamos juntos, pudieron separarnos...
Ahora superas el último obstáculo hacia la meta, pero tampoco ahora estás sola: sobre tu corto cauce navega una pequeña barquita desde la cual quisiera remar con fuerza para evitar que el agua se derramase por la escarpada catarata de la agonía. Tarea inútil en el jardín de la realidad, pero gesta inigualable en el país de la fantasía. Quisiese poder construir un dique para que tu agua dulce jamás se confundiese con el sal de las aguas calmas del océano, pero no soy quien de privar tu descanso con estanques formados con las calcinosas barreras que se levantan por mi ego irracional.
Tu cauce llega al fin y yo debo apearme en la orilla, porque mis propias aguas siguen su camino. Hasta ahora nuestras vertientes trazaban un rumbo paralelo, pero ahora las colinas nos separan haciéndome discurrir por un sendero más amplio.
Ahora solo me queda mantener intacta la torre de la esperanza sabiendo que, al igual que tu cálido abrazo maternal me aguardaba cuando brotaban mis propias aguas del manantial de tus entrañas, esos mismos brazos me seguirán esperando como un estuario al final de mi peregrinar.
Ahora es tu turno, vida; juega bien tus últimos peones porque pronto llegará el turno en que mi dama me asista en la última acometida, propiciándote la estocada final. Dejará de haber tregua cuando la razón se alce, de nuevo, como soberana de mi ser y se esfume la idea de que mis lágrimas pueden devolver la vida, como las del ave fénix.
Te dejo, mamá, en aguas mejores. Estarás en buena compañía. Contigo siempre.


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